Por Catalina Huerta Huerta
Coordinadora política MODATIMA
MODATIMA.CL
En este mes de marzo, un mes donde se levanta la bandera feminista conmemorando la lucha por la igualdad de género y una vida libre de violencia, quisiera profundizar en ciertos elementos que forman parte de la realidad de miles de mujeres que habitamos hoy en América Latina.
En primer lugar, la mirada que intento plasmar en esta columna más que mía, representa el horizonte de pensamiento que levanta mi organización, el Movimiento por la Defensa del Agua, la Tierra y la Protección del Medio Ambiente, MODATIMA, y desde donde nos articulamos para transformar y proteger nuestros entornos sociales y naturales con compañeros y compañeras de todo Chile.
En virtud de la experiencia y de comprender cómo se dan las luchas ambientales en nuestro país, me parece un acto de justicia relevar el lugar de las mujeres en la defensa de sus territorios. Y es que hemos sido nosotras, quienes, adoptando el rol de cuidadoras, hemos dispuesto tiempo, valentía y compromiso, sin ir más lejos, nuestras propias vidas, en el resguardo y protección de nuestro entorno. Desde la emergencia de los episodios de deterioro ambiental, las mujeres hemos adquirido presencia y fuerza en la protección de los territorios, tomando un rol impugnador y de denuncia frente a los actores públicos y privados que negligentemente generan perjuicios en la naturaleza y conflictos sociales en las comunidades.
Con esto, quiero dejar en claro que la participación de las mujeres en la defensa de sus territorios no resulta de su condición biológica, sino de la construcción histórica de los roles de género que nos ha impregnado la cultura. El cuidado en general no es una condición dada por el hecho de “nacer mujer”, y, sin embargo, forma parte de nuestras preocupaciones y labores permanentes.
En vinculación estrecha con lo anterior, es necesario reconocer que enfrentar las luchas ambientales siendo mujer y habitando Latinoamérica nos posiciona en otro estadio de mayor complejidad. Suponer que toda la población se afecta por igual frente a las problemáticas contingentes de los territorios es asumir una falsa realidad, porque la población no es homogénea, y, por tanto, no toda la población puede responder de la misma manera ante las amenazas, así como tampoco todas las personas se ven afectadas de manera idéntica por las condicionantes sociales.
Incorporar esta mirada es evidenciar la situación y condición diferencial en que se encuentran las mujeres, en función de las múltiples barreras que enfrentan a la hora de proteger sus territorios. Ser mujer, vivir en América Latina, ser pobre, indígena y defensora del Medio Ambiente, supone una condición de mayor riesgo y amenazas para enfrentar las luchas por la transformación y defensa del agua y los territorios.
Y es que además del componente interseccional que compromete a las mujeres defensoras del Medio Ambiente, vivir en América Latina no es cuestión baladí. Latinoamérica representa el territorio más riesgoso para ser defensora ambiental, con conocidos casos de amedrentamiento, violencia y asesinatos por parte de intereses económicos y corporativos hacia quienes valientemente se atreven a liderar la protección de los territorios y sus comunidades.
Berta Cáceres fue una víctima de esta situación, siendo asesinada a balazos por oponerse a la construcción de un proyecto hidroeléctrico en el noroeste de Honduras, impulsada por la empresa nacional Desarrollos Energéticos (Desa). También organizó al pueblo lenca, la mayor etnia indígena de Honduras, en su lucha contra la represa de Agua Zarca, cuya construcción estaba prevista en el Río Gualcarque, sagrado para las comunidades indígenas y vital para su supervivencia.
La campaña emprendida por esta lideresa logró que el constructor más grande de represas a nivel mundial, la compañía de propiedad estatal china Sinohydro, retirara su participación en el proyecto hidroeléctrico de Desa. La Corporación Financiera Internacional, institución del Banco Mundial que invierte en el sector privado, también abandonó la iniciativa.
Y en nuestro país no estamos lejos de aquella realidad. Macarena Valdés, destaca activista ambiental del sur de Chile, fue encontrada colgada en las vigas de su casa el 22 de agosto de 2016. El asesinato de Macarena se dio en el marco de la lucha que estaba llevando a cabo en su comunidad Newen de Tranguil contra el proyecto hidroeléctrico de la compañía austriaca RP Global.
Los episodios anteriores nos revelan el riesgo que supone liderar procesos de recuperación y defensa ambiental siendo mujer, así como también devela los intereses económicos comprometidos en todo nuestro continente.
El contexto de globalización y la condición estratégica de América Latina nos ubica como un territorio de alto valor agregado, principalmente por la abundancia y riqueza de nuestros bienes naturales comunes. América Latina es un continente apetecido no sólo por los intereses económicos y corporativos de privados en torno al acaparamiento de estos bienes, sino que también por las grandes potencias y países emergente, alcanzando rivalidades de poder de alcance global.
Todo nuestro continente está sujeto a un modelo de crecimiento basado en el despojo de los bienes comunes, con niveles de destrucción ambiental groseros y conflictividad social en aumento. La dimensión de los conflictos ambientales engendra una crisis multidimensional, originada en el modelo neoliberal capitalista y un modelo de despojo extractivo, que a su vez sienta las bases de la desigualdad social de nuestros países.
En los márgenes de esas disputas de poder político y económico, estamos cientos de mujeres resistiendo por preservar nuestros territorios, disputando un modelo de desarrollo que sea inclusivo y justo, respetuoso con los ciclos de la naturaleza, y donde la vida digna sea condición indispensable para el desarrollo pleno de las generaciones futuras.
Desde ahí la tesis principal de esta columna, y es que las luchas que llevamos adelante las mujeres por la defensa de nuestros territorios representa no sólo una demanda para resolver la inmediatez de nuestros conflictos, sino que nos sitúa como sujetas históricas de una disputa mucho mayor, una disputa que excede con creces lo local, y por el contrario, invita a ver la defensa del Medio Ambiente como una estrategia de resistencia frente al camuflaje incesante de los intereses económicos globales, desde una perspectiva de clase, feminista y de transformación.
En el momento en que evaluamos dónde estamos, quiénes somos, y observamos en perspectiva nuestra realidad, nos atrevemos a empujar por acciones de mayor incidencia, en diferentes formas, niveles y estrategias para nuestros fines.
De ahí la invitación a dejar de vernos desde el marco de las luchas identitarias, porque poner el acento en la defensa del Medio Ambiente y la potencia de la lucha feminista, no nos nubla de nuestra historia, lugar y la opresión de la condición de clase. Por el contrario, nos entrega mayores herramientas para seguir trabajando por transformar la sociedad toda.